La influencia del tabaco en las prácticas culturales de Cuba posee un origen centenario. Es preciso apuntar que, hace más de 500 años, los conquistadores de la Mayor de las Antillas recibieron como obsequio de bienvenida hojas de ese preciado producto, valorado así por los nativos. La historia develaría la causa de tal devoción.
Desde 1845, los miembros de la familia Robaina despiertan cada 21 de septiembre a la medianoche para apreciar cómo será la próxima campaña. Casi dos siglos de tradición avalan la excelencia del tabaco producido en sus vegas, situadas en el municipio de San Luis, a 186 kilómetros de La Habana.
En esa zona occidental, conocida como Vuelta Abajo, diferentes generaciones, pronostican, en dependencia del viento, si el año es propicio o no para el cultivo del tabaco. «Siempre que esté de norte, traerá consecuencias favorables, si viene del sur resultará muy difícil para el cultivo, las lluvias son ácidas y el viento trae numerosas plagas», asegura a Sputnik Hirochi Robaina, nieto del legendario tabaquero Alejandro Robaina.
Una vez que el tabaco fue introducido en Europa, a finales del siglo XV, este tema se convirtió en una constante en la pintura de los artistas del denominado viejo continente. En la obra de Vincent Van Gogh, por ejemplo, el cigarrillo es un personaje recurrente; incluso, el icónico artista neerlandés del posimpresionismo aparece fumando en pipa en su inolvidable autorretrato con la oreja vendada de 1889.
El pintor francés Henri Emile Benoit Matisse y el español Pablo Picasso concedieron al tabaco un protagonismo singular. Durante el siglo XX, fumar representó emancipación, actitud, estatus social y formó parte del lenguaje corporal. De ahí que los artistas norteamericanos del pop art Andy Warhol y Tom Wesselmann asignaran un papel determinante al cigarrillo, la pipa o al puro en su trabajo creativo.
Otros movimientos pictóricos como el cubismo adoptaron al tabaco en sus naturalezas muertas y los expresionistas alemanes Max Beckman y Ernst Ludwig Kichner crearon célebres imágenes de aristócratas con cigarrillo en mano.
Estimable resulta la presencia del tabaco también en el séptimo arte universal. Directores como el estadounidense Orson Welles, el inglés Alfred Hitchcock y el español Luis Buñuel manifestaban devoción al habano como acompañante de su trabajo detrás de las cámaras o durante la concepción de una escena emblemática.
Así es que además de su incuestionable calidad, aroma, sabor y prestigio, el tabaco cubano atestigua la historia universal, favorece el proceso creativo, interviene en los espacios de socialización y se reafirma como el mejor del mundo, según especialistas y fumadores del orbe.
Tabaco en Cuba: historias de una tradición
© Foto : Gentileza Hirochi Robaina
Hirochi Robaina en las vegas de tabaco de San Luis, Pinar del Río
A las seis de la mañana, Hirochi Robaina cuela su primer café del día para repartirlo entre los trabajadores. «Recuerdo a mi abuela Teresa en esa faena matutina. Es una costumbre compartir con ellos una tacita de café y hablar sobre el trabajo en las plantaciones, el semillero, las casas de tabaco y el comportamiento del clima», cuenta.
Hirochi es natural de La Habana. Sin embargo, pertenece a una familia dedicada al cultivo de tabaco por casi dos siglos en San Luis, la occidental provincia de Pinar del Río. Desde pequeño, montar a caballo, la dinámica laboral en el campo y las inmensas vegas resultaron prácticas y paisajes habituales durante sus vacaciones.
En la adolescencia fue deportista de alto rendimiento, hasta que, alentado por su abuelo, decidió aprender el oficio de torcedor, encargado de hacer los tabacos totalmente a mano, en las fábricas Partagás y H. Upmann. Luego le pidió acompañarlo en la finca; las palabras dedicadas al nieto comprometieron al entonces joven de 20 años: «Hirochi, tú eres mi esperanza, no me defraudes».
Al comienzo, regresaba los fines de semana a su hogar en la urbe capitalina. El paso del tiempo, el incremento de las responsabilidades y el aprendizaje determinaron que esos viajes fueran cada vez menos frecuentes.
«Cuando agarras una semillita, casi microscópica, la siembras, ves cómo nace la planta y participas en los diferentes procesos, terminas queriéndola. Es similar a la concepción y crianza de un hijo», argumenta.
Asegura que la vocación es determinante para tener éxito y advierte que el reconocimiento a su trabajo constituye motivo de orgullo. Asimismo, demuestra que Alejandro Robaina lo preparó acertadamente con el propósito de continuar una tradición que hoy cuenta con 175 años de historia.
«La responsabilidad, el sentido de pertenencia y el amor por lo que hago me impulsan a levantarme todos los días. No es un negocio que aprendes de hoy para mañana, ni te lo inyectas en las venas y por arte de magia te vuelves productor; sencillamente se nace con eso», expresa.
Considera que el tabaco dentro de la cultura cubana es fundamental, incluso, primero que la música y el baile. «Es lo único en lo cual somos los mejores del mundo. El clima, la tierra, la variedad y la experiencia de las personas dedicadas a este oficio en zonas pinareñas como Consolación del Sur, San Juan y Martínez y San Luis, favorecen la producción de un excelente tabaco», sostiene.
No fuma mientras trabaja. Aprovecha la tranquilidad para degustar del tabaco y el café, a su juicio, el mejor maridaje. También adereza las tardes con sinnúmero de anécdotas. Rememora aquella vez que el célebre cantante italiano de ópera Luciano Pavarotti llamó a su abuelo por teléfono y le interpretó una composición; así como las visitas a su finca del cantante Ricardo Arjona y del colombiano nobel de literatura, Gabriel García Márquez.
El arte del tabaco en Cuba
El vínculo de la industria tabacalera cubana con el arte de las técnicas litográficas comenzó en los albores del siglo XIX. Las marcas se embellecieron e identificaron con escenas costumbristas urbanas, paisajes, motivos mitológicos, retratos de célebres figuras de la época, caricaturas de personajes populares y naturalezas muertas.
Diversos fueron los estilos en dependencia de la etapa y las influencias foráneas: romanticismo, art nouveau, eclecticismo y art déco. Las piedras litográficas y las marquillas ostentaron la belleza femenina; extensiva a las pinturas sobre el lienzo donde es la mujer quien degusta del tabaco.
El español Víctor Patricio Landaluze, autor de estampas, grabados y marquillas de tabaco, atrapó con su arte fiestas afrocubanas, patriotas de la época, comerciantes españoles y tabaquerías. Todas estas escenas costumbristas, alusivas también a personajes históricos, ciudades y santidades constituyeron fiel testimonio gráfico del siglo XIX en la Isla.
El 22 de diciembre de 1865, comenzaron las lecturas de tabaquería en la fábrica El Fígaro, de La Habana. En 2012, esta actividad artística fue proclamada como Patrimonio Cultural de la Nación y aún hoy ameniza la labor de los torcedores de puros, elaborados de la misma manera que hace dos centurias.
Desde esa fecha, el lector de tabaquería ha leído para los trabajadores de las fábricas novelas clásicas de Víctor Hugo, William Shakespeare, Alejandro Dumas, entre otras; así como, noticias y textos educativos. Sobre esa actividad afirmó el etnólogo cubano Fernando Ortiz: «Por medio de la lectura en alta voz el taller de la tabaquería ha tenido su órgano de propaganda interna».
El pintor cubano Armando Menocal es autor de la obra Las despalilladoras, donde aparecen mujeres criollas en labores relacionadas con la tabaquería. Otro artista del archipiélago caribeño, Eduardo Abela, en su óleo denominado Guajiros, refleja a un grupo de campesinos fumando tabacos.
Actualmente, la Isla se prestigia con el denominado «pintor del tabaco», el hábil Milton Bernal, quien adiciona las hojas a su obra pictórica y asume las tonalidades que esta tiene en la naturaleza.
Pintar sobre hojas de tabaco
De las 800 obras de Bernal, el pintor del tabaco, solo puede mostrarse unas pocas en las paredes de su taller de La Habana Vieja. Las otras conforman colecciones personales y exposiciones en diversos lugares en el mundo como Estados Unidos, Italia y Austria o constituyen fotos que él enseña con visible orgullo.
«Y eso que empecé a pintar tarde; soy un pintor joven en un cuerpo viejo», remarca repetidas veces durante la conversación con Sputnik. Nacido en 1960 y formado como periodista, comunicador y diseñador gráfico, Bernal decidió incursionar en el arte tras conocer la colección de imágenes del fotógrafo cubano Joaquín Blez (1886-1974), realizada a comienzos del siglo XX en La Habana.
Eso explica por qué sus primeros esbozos constituyeron reproducciones de este artista conocido como el pionero de la fotografía del cuerpo en la Isla, para luego incorporar el tabaco y establecer un estilo propio e identidad.
«Dibujo la figura sobre el papel artesanal, lo coloco sobre una tela de lienzo y luego lo mojo e incrusto suavemente fragmentos de hojas de tabaco. Todo lo pongo al sol que debe secarlo. Cuando el papel cae, el tabaco está dentro de su pulpa y me pongo a pintar», explica.
Fue el tabaquero Alejandro Robaina quien le enseñó cuáles hojas debía usar en sus piezas. Por esa relación de afecto y amistad entre ambos, el cuadro que nunca venderá es, precisamente, el retrato del viejo tabaquero con su firma de puño y letra.
«Posee un valor simbólico importantísimo. Era una persona increíblemente humilde. Tenía la humildad de los gigantes. Una vez intenté apagar un tabaco y él me dijo: acuéstalo en el cenicero y déjalo morir dignamente pues él te regaló su vida», rememora.
Sobrevinieron entonces el dilema de la conservación del producto de manera permanente y la sugerencia de su hermana Elena sobre cómo prolongar la vida útil de las hojas mediante procesos químicos.
Bernal se precia de ser el único en el mundo que emplea la técnica de óleo sobre papel artesanal con incrustaciones de tabaco: «Esa es la fortaleza y virtud de la obra; mi mensaje de arte y cubanía y el resultado de numerosas sabidurías».
Esa labor artística que comenzó de manera experimental, constituyó para él motivo de preocupación y estudio. «Siempre me interesaron los aspectos bioquímicos del tabaco, con el fin de lograr que la hoja no perdiera pigmentación y plasticidad, al estar fuera de un humidor expuesta a temperatura y humedad inestable. Esa maravilla me llevó a investigar el binomio entre tabaco y arte».
Diversidad de retratos, identificados con ese mundo, avalan su destreza como pintor: Jean Nicot de Villamain, quien introdujo el tabaco en la corte francesa en 1560; el político británico Winston Churchill, reconocido fumador de habanos, y el intérprete de la nación antillana Compay Segundo, tabaquero en sus inicios.
Sus representaciones recogen la historia de la humanidad mediante personajes vinculados a los pueblos originarios, la cultura, la política y el mundo del tabaco. «Tengo la necesidad de comunicar, rescatar del olvido y conceder un nuevo protagonismo a esos hombres y mujeres visibilizados en mis bocetos. Yo no pinto para vender. Me satisface emocionalmente y me apasiona», afirma.
Valora al tabaco cubano como el mejor del orbe y es un ferviente admirador de sus propiedades organolépticas. Sensibilizar con su labor, poseer una galería, tomar un café o fumar un tabaco con amigos constituyen motivos de felicidad y premio para Bernal.
«Un artista nunca se retira. Hasta el último segundo de su existencia puede estar creando, porque no se trata de un oficio, es una pasión», concluye.
Con información de Sputnik