OPINIÓN

Diez camionetas y un abucheo: el expediente Huentitán

Durante años, Huentitán fue un punto ciego en el mapa de la movilidad tapatía. El norte de Guadalajara terminaba, para la burocracia, donde dejaban de llegar las rutas formales; de ahí en adelante empezaba la tierra de las combis improvisadas, los “raite” y la resignación.

Por eso, cuando el lunes el pleno del Ayuntamiento discutió un convenio para llevar transporte público a la zona, los vecinos que abarrotaron la galería creyeron estar a un voto de dejar de ser olvido.

La propuesta no era menor: un sistema alimentador operado por el Siteur, con diez camionetas tipo van que conectarían Huentitán y colonias vecinas —incluidas Lomas del Paraíso— con Mi Macro Calzada y el Tren Ligero. Sobre el papel, el proyecto promete beneficiar a más de 60 mil habitantes, hasta 63 mil según la propia autoridad, y sumar cerca de medio millón de viajes al año.

Los números suenan bien, las fotos también: funcionarios sonrientes, banderas al fondo, el Salón de Cabildos luciendo institucional y solemne. Tres periódicos, cuatro encabezados: “Guadalajara aprueba transporte a Huentitán”, “Avalan transporte público en Huentitán y Lomas del Paraíso”, “Avalan unidades para Huentitán”. La coreografía perfecta de un gobierno que quiere presumir sensibilidad social.
Pero en la pista de baile hubo un pisotón.

En medio del aplauso fácil, la crónica registra un momento que las notas oficiales tratan como nota al pie: el regidor de Morena, José María “Chema” Martínez, votó en contra. No sólo eso: acusó que las diez camionetas no son un gesto desinteresado del Ayuntamiento, sino el resultado de un trueque con desarrolladores inmobiliarios.

Según su propia versión, el gobierno municipal habría cambiado obras de mitigación urbana —obligaciones de las constructoras— por la entrega de esas unidades, operación que, dijo, equivale a perdonarles compromisos millonarios. Diez vans a cambio de millones en infraestructura que nunca se hará. La movilidad como moneda de cambio en el viejo mercado de los favores urbanos.

Hasta aquí, la película parecería otra: un regidor denunciando privilegios para el negocio inmobiliario en una ciudad donde el ladrillo manda más que el reglamento. Pero la política, como siempre, se complica en la escena siguiente.

Cuando Martínez defendió su voto, la galería no le aplaudió la valentía denunciante: lo abucheó. No hubo silencio respetuoso ni duda razonable; hubo gritos, reproches y la rabia de quienes llevan años esperando un camión y, al escuchar la palabra “no”, dejaron de oír cualquier otra cosa. El morenista terminó su intervención elevando la voz, casi a gritos, desesperado, tratando de imponerse sobre quienes —en teoría— dice defender.

Ahí está la foto que no cabe en los desplegados: un regidor que invoca la lucha contra los desarrolladores, pero que a los ojos de los vecinos se convierte en el funcionario que les negó el transporte.

Tres versiones, una misma sesión

La hemeroteca el martes pasado ofrece una curiosa radiografía de cómo se narra el poder en Guadalajara.
Un diario afirma que todas las fracciones edilicias votaron a favor, Morena incluida. Otros dos medios registran lo contrario: MC, PAN, PRI y Hagamos avalaron el convenio; Morena se opuso en bloque. En una esquina, el boletín triunfalista de la administración habla de “derecho humano a la movilidad” y de niñas, trabajadores y adultos mayores que por fin llegarán a tiempo a la escuela, al empleo o a sus citas médicas. En otra, una columna breve recuerda el abucheo contra Chema Martínez y remata con una frase que duele más que cualquier adjetivo: la retórica de la “transformación” choca de frente con las decisiones concretas.

Tres versiones para un mismo cabildo. El ciudadano, como siempre, debe decidir a quién creerle: al boletín, al regidor o a los vecinos que se cansaron de caminar.

Que haya desarrolladores inmobiliarios en la trama no sorprende a nadie. Huentitán lleva años siendo laboratorio de especulación: proyectos fallidos, reservas naturales en disputa, promesas de corredores verdes que acaban en torres de departamentos. En Guadalajara, el urbanismo se escribe desde las oficinas de ventas, no desde los planes comunitarios.

Si lo que dice Martínez es cierto, el Ayuntamiento acaba de oficializar una práctica vieja: convertir las obligaciones de mitigación —calles, banquetas, equipamiento— en un intercambio flexible. Hoy son diez camionetas; mañana puede ser una cancha, una patrulla, un arco escénico. La ciudad como catálogo de premios para el buen comportamiento de las constructoras.

El problema es que el señalamiento llegó sin prueba pública, sin cifras desglosadas, sin nombres sobre la mesa. Sólo la acusación lanzada en el micrófono del pleno. Y frente a un vecino que lleva décadas subiendo y bajando cerros para llegar al trabajo, la denuncia abstracta suena a excusa lejana.

El gobierno naranja, por su parte, se abraza al relato amable: 60 mil beneficiarios, medio millón de viajes, diez camionetas blancas bajando por las lomas empinadas. Una regidora sentencia que “quien vote en contra está afectando a 63 mil personas”. Es el tipo de frase que se diseña para los encabezados, no para la autocrítica.

Entre el sospechosismo del regidor y el triunfalismo municipal, lo único seguro es que nadie explicó con precisión el contrato: qué desarrollos, qué obligaciones, cuáles montos, qué gana el Ayuntamiento, qué pierde la ciudad a largo plazo. A los vecinos les ofrecieron transporte; al resto de Guadalajara le escamotearon la factura completa.

Morena llegó a Jalisco prometiendo ser la antítesis del viejo orden inmobiliario. En el papel, debía ser el partido que hablara el lenguaje de los barrios, no el de los planos de preventa. Pero el episodio de Huentitán retrata otra cosa: una bancada incapaz de traducir sus sospechas legítimas en una alternativa concreta.

Si el convenio con Siteur está manchado por privilegios a constructoras, la respuesta no puede ser simplemente votar en contra y dejar a 60 mil personas esperando camión. La política no consiste en escoger entre el negocio y el abandono. Consiste en desmontar el negocio sin prolongar el abandono.

Ahí Morena falló, y el abucheo lo recordó con brutal claridad.
Porque al final del día, el vecino de Huentitán que bajó al centro para escuchar la sesión no estaba ahí para discutir modelos de mitigación urbana. Fue a ver si, por una vez, el Ayuntamiento votaba algo que le cambiara la caminata diaria. Y lo que vio fue a un regidor que, en nombre de la “transformación”, se puso del lado del “no” sin ofrecer un “sí, pero mejor”.

Huentitán tendrá, si el convenio se cumple, diez camionetas nuevas. Las constructoras tal vez habrán recibido un regalo discreto. El Ayuntamiento sumará una foto más a su carpeta de logros.

Y Morena, en Guadalajara, se queda con la peor combinación posible: la pose de oposición responsable que denuncia los privilegios… y la estampa de funcionario que, ante los vecinos, votó exactamente en contra de lo que éstos habían esperado durante décadas.

A veces, en política, un abucheo en la galería cuenta más que todas las crónicas de sociedad. Aquí, el mensaje fue claro: la transformación que se predica desde el atril todavía no sabe hacer parada en Huentitán.

En X @DEPACHECOS

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