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El cinismo en primera clase

Por más que la presidenta Claudia Sheinbaum insista en repetir el mantra de la “austeridad republicana”, la realidad la desmiente con lujo y champaña en mano. El reciente tour de Andy López Beltrán, secretario de Organización de Morena, por Japón, fue la postal más cruda del nuevo rostro de la política guinda: jóvenes aristócratas sin biografía laboral conocida, pero con la cartera suficientemente abultada para vacacionar como magnates. Nadie sabe de dónde salió el dinero, y lo que es peor: a nadie parece importarle.
Ni la presidenta ni Luisa María Alcalde, dirigente formal de Morena, han podido –o querido– poner orden. La primera parece resignada al papel de “continuadora obediente” de un proyecto tambaleante; la segunda, con una voz cada vez más apagada, se limita a culpar a la derecha de lo que todos podemos ver. “No somos iguales”, repitió Alcalde. Tiene razón: en algo sí son peores. Antes el derroche se intentaba disfrazar. Hoy se presume.
El catecismo de López Obrador –pobreza franciscana para el pueblo, privilegios para los leales– se sigue recitando en público, pero ha sido abandonado en la práctica. Al ciudadano crítico se le intimida con instrumentos del Estado. Al camarada, viajes a Tokio, Londres y Madrid (aunque curiosamente no a Washington). Y mientras el país se hunde en violencia, deuda y estancamiento económico, la dirigencia de Morena se entrega a la disipación.
Sheinbaum tiene dos opciones: sacudirse la tutela del pasado y gobernar con autoridad propia o convertirse en la garante de un régimen que ya carga con el descrédito interno. Lealtad no es incondicionalidad. Seguir por el mismo camino solo le asegurará heredar la factura de la destrucción institucional, el desprestigio global y el retroceso económico.
Sembrar esperanza fue fácil. Mantenerla requiere resultados, menos viajes de lujo y más compromiso con lo que alguna vez prometieron: acabar con la corrupción y devolverle al país un rumbo. La pregunta incómoda ya no es quién decide qué es un lujo. La pregunta es quién decide seguir apostando por el cinismo como forma de gobierno.