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El lujo que no cabe en la narrativa

En la política mexicana, la moral suele tener la consistencia de una gelatina mal cuajada: tiembla, se adapta al molde que conviene y, cuando se calienta demasiado, termina desparramada sobre la mesa. El caso bautizado en redes como “Dato Protegido” es la prueba más reciente de que en ciertos círculos de la autoproclamada “austeridad republicana”, el discurso es de hojalata y las costumbres, de oro macizo.
Todo empezó con un acto de censura: una usuaria de X (antes Twitter) obligada a publicar, durante 30 días, una disculpa pública por orden judicial, tras la denuncia de una diputada morenista y su esposo legislador. El intento de silenciar terminó siendo un megáfono: los curiosos comenzaron a revisar las propias redes sociales de la pareja, y lo que encontraron no era precisamente “modestia franciscana”.
En fotos públicas —sí, públicas— aparecieron relojes suizos, joyas de Tiffany, bolsos Prada, gafas Versace, accesorios Balenciaga y hasta obras de arte. El cálculo aproximado: 8 millones de pesos. Con sus salarios oficiales, habría que trabajar unas cuantas vidas para alcanzar semejante inventario. Y la pregunta que flota es la misma que hacía el viejo periodismo de investigación: ¿de dónde, pues, salió el dinero?
El golpe político no se hizo esperar. Claudia Sheinbaum tachó la denuncia original de “exceso” y, como en mal remake de un viejo melodrama, los aliados se fueron retirando del escenario. Sergio Gutiérrez Luna, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, pidió licencia indefinida, admitiendo sin decirlo que el temporal no amaina.

El caso dejó algo más claro que el cristal de Murano: el “no somos iguales” ya venció en fecha de caducidad. Los mismos que hicieron del “aspiracionismo” una herejía, hoy lo practican con una devoción que ni Luis XIV. Lo más pintoresco es el efecto dominó: militantes borrando fotos, cuentas de redes sociales convertidas en cuartos de motel después de una redada, la limpieza digital que busca eliminar todo rastro de su cuenta.
En política, la incongruencia no se castiga por ley, sino por la torpeza de exhibirla. Aquí, la austeridad no murió de hambre; murió ahogada en perfume francés y rematada por un par de zapatos italianos.
En X @DEPACHECOS