Desde la tumba de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) se escucha un llamado, un grito de auxilio que no proviene de sus oficinas, sino de las víctimas, de los ciudadanos comunes, de quienes sienten que este organismo ha perdido el rumbo y la sensibilidad. La terna que el Senado revisa esta semana para dirigir la CNDH incluye una voz diferente, que rompe con la inercia de los últimos años: Paulina Hernández.
En un entorno donde la Comisión se ha visto atrapada entre la politización y la indiferencia, Hernández, abogada y defensora de los derechos de las mujeres y las minorías, representa una posibilidad real de cambio. Su trayectoria, marcada por una labor de campo genuina en Jalisco y una destacada participación en la Universidad de Guadalajara, sugiere no solo preparación, sino una sensibilidad especial hacia los sectores más desprotegidos.
El compromiso de Paulina Hernández no es nuevo. Con una carrera construida lejos de los reflectores y cerca de la gente, ha sido testigo de los problemas estructurales que hoy colapsan a las instituciones de derechos humanos en México. La crisis es profunda: la CNDH, otrora un organismo de vigilancia y de freno a los abusos del Estado, se ha convertido, bajo administraciones recientes, en una agencia que titubea, que parece más interesada en sobrevivir políticamente que en cumplir su mandato.
Entre sus propuestas, Hernández destaca la necesidad de restablecer la independencia de la Comisión, protegerla del peso de la política partidista y enfocarla hacia las verdaderas prioridades de derechos humanos. Ella no viene a prometer un cambio fácil, sino uno estructural, porque sabe que la transformación requiere fortaleza interna, reestructuración y una distancia crítica frente al poder.
La historia reciente nos demuestra que un organismo sometido a una agenda ideológica termina desviándose de su propósito. En la CNDH actual, hemos visto una complacencia con el Estado y una distancia dolorosa de las víctimas. El proyecto de Hernández apuesta, sin rodeos, por volver a poner a las víctimas al centro, para lo cual ha esbozado reformas específicas como el fortalecimiento de las visitadurías y la creación de sistemas de alerta que identifiquen patrones de violación de derechos a nivel federal. Si este modelo funciona, no solo habría un mayor control de las instituciones, sino también un compromiso ineludible con las víctimas.
Más allá de las credenciales académicas, Paulina Hernández ofrece algo que resulta casi revolucionario en la CNDH: empatía y claridad de objetivos. En una época donde el sufrimiento de las víctimas es muchas veces invisibilizado por la política y la burocracia, Hernández trae consigo el peso de su experiencia en defensa de los derechos de las mujeres, de la comunidad LGBTQ+, de los indígenas y otros grupos vulnerables. Esto no es menor en un país que contabiliza más de 115 mil desaparecidos y donde la violencia cotidiana es el pan de cada día para miles de familias.
La elección no es sencilla, y desde luego que la política jugará un papel importante en el Senado. Las fuerzas en Morena han mostrado simpatías divididas, y algunos ven con recelo el surgimiento de esta figura que, sin estar alineada con los intereses de la cúpula, posee un respaldo real entre activistas y sectores críticos del país. La decisión que se tome en estos días no solo definirá el rumbo de la CNDH, sino que marcará la relación de este organismo con el pueblo mexicano.
Si el Senado toma en serio su responsabilidad histórica, Paulina Hernández tiene el perfil para devolverle a la CNDH el prestigio que alguna vez tuvo. La Comisión debe dejar de ser un lugar de enredos políticos y volver a ser lo que siempre debió ser: la última línea de defensa para aquellos a quienes el sistema ha fallado. En esta terna, solo Hernández representa esa posibilidad.