OPINIÓN

El nuevo PAN: refundación con las mismas ruinas

Nadie que haya seguido la historia del PAN en los últimos treinta años puede tragarse, sin sentir arcadas, la idea de que lo ocurrido en el Frontón México fue una refundación. La palabra es generosa. Refundar implica demoler hasta los cimientos, arrancar de tajo lo podrido y volver a levantar algo con un mínimo de convicción ética. Lo que vimos fue, en el mejor de los casos, un acto de cosmética desesperada y, en el peor, un intento de reciclar a los mismos rostros de siempre detrás de un nuevo logotipo.

Es cierto, y no hay por qué negarlo: hacía décadas que el PAN no mostraba una señal tan clara de intentar volver a ser partido. Durante cuatro sexenios se limitó a administrar sus pedazos. Perdió el alma cuando ganó el poder, tal como lo predijo Luis H. Álvarez, y desde entonces se convirtió en un ente a la deriva, siempre buscando en otros lo que fue incapaz de reconstruir en casa. Hoy, tras años de andar de la mano con el PRI, con los verdes, con la izquierda según convenga, se dice libre. Independiente. Renovado.

¿Pero puede un partido reconstruirse desde la obediencia ciega y el reparto de cuotas? ¿Puede refundarse el PAN con los mismos cuadros que lo llevaron a la irrelevancia? La dirigencia actual no entusiasma ni a su militancia, que marchó del Monumento a la Revolución al Ángel con más pena que gloria, y mucho menos al electorado que ve en ellos más de lo mismo: la fórmula gastada de la derecha moralina, aliada del capital sin escrúpulos y de los intereses más rancios del clero.

Hablan de primarias. Hablan de encuestas. Hablan de una app para afiliar jóvenes, como si el problema de fondo fuera técnico y no político. Y mientras tanto, en Nuevo León, el líder panista anuncia con toda claridad que ellos seguirán de la mano con el PRI, así que muchas gracias por las nuevas reglas, pero aquí seguimos con las de siempre. Así se opera el «cambio» en Acción Nacional: con comunicados, pero sin consecuencias.

La verdad es que los verdaderos panistas, los de base, los que alguna vez creyeron en una doctrina, en una mística de la política, ya no saben a quién le toca obedecer ni qué bandera están sosteniendo. Y entre tanto ruido, aparecen las figuras que aún despiertan cierto respeto, por su oratoria o por su terquedad: Lixa, Triana, Taboada. Pero incluso ellos operan bajo la sombra de una dirigencia debilitada, incapaz de romper con los intereses que la paralizan.

El problema del PAN no es sólo de imagen. Es de convicciones. Es de credibilidad. Es de coherencia. Y ninguna app va a resolver eso. Lo más fácil es cambiar un logotipo. Lo difícil —y lo que no están dispuestos a hacer— es cambiar de personas. Porque los que mandan en el PAN hoy, no refundan: reciclan. No proponen: administran.

Hablar de refundación con Jorge Romero en la presidencia del partido es un acto de cinismo. Su incapacidad para articular una estrategia creíble ya es motivo de preocupación incluso dentro de sus filas. No hay entusiasmo, no hay dirección, no hay claridad. Sólo hay simulacro.

Y como si hiciera falta confirmarlo, invitan a figuras como Claudio X. González, cuya sola presencia basta para recordarle al electorado por qué desconfía de la oposición. Y para cerrar con broche de oro, mandan videomensajes Aznar y el Episcopado Mexicano, como si quisieran dejar claro que no se moverán ni un centímetro del panismo confesional que tanto daño le ha hecho a la política laica de este país.

Así no se reconstruye nada. Lo saben ellos. Lo sabe su militancia. Y lo sabe el electorado, que ya no se deja engañar con retórica vieja en envoltura nueva.

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