Es el evento televisivo de las últimas dos décadas, tal vez porque no había pasado nada en la caja en ese tiempo. La llegada del streaming y sus diversas plataformas nos hicieron pensar que había derrotado a la televisión abierta, la antigua dominante del entretenimiento familiar, la producción frenética de contenidos, la disposición casi inmediata y, sobre todo, la posibilidad de ver lo que uno quiere, cuando quiera en donde sea fueron el triple combo contra una parrilla de contenidos “vieja” y con la arbitrariedad de los horarios inamovibles.
Televisa, el viejo consorcio televisivo venia de una severa crisis antes de la estrategia de incursionar en el streaming y ofrecer al público contenido diverso combinando la plataforma con el control remoto convencional. Tan solo en el primer trimestre de 2023 perdió casi 800 millones de pesos, su acciones cayeron un diez por cierto posicionándose como una de las empresas más afectadas en el mercado bursátil, la apuesta de fusión con Univisión no marchaba como se esperaba y se estima que más de 215 mil usuarios de Sky se fueron a otro lado ante lo poco atractivo del cable, aquel modelo exitoso entre los ochenta y los noventa y que representa la segunda etapa de la industria del entretenimiento en el hogar, iniciado por la tele abierta, dominado actualmente por las plataformas.
Pero no todo es bondad en las plataformas, su diversidad es tal que muchas de esas comparten el mismo contenido y en el afán de atraer o conservar suscriptores lanzan series o películas para competir en una verdadera guerra por las audiencias, la sensación de poder ver “lo que uno quiera” queda atrás con la imposición del algoritmo y los datos que proporcionamos al generar métricas de qué vemos, en qué momento, la frecuencia, duración, géneros, actores, directores e idiomas. El catálogo, aparentemente inmenso se reduce a una pequeña ventana de sugerencias que resulta poco atractiva, pero nos mantiene cautivos en un mercado donde es posible brincar de una plataforma a otra para terminar igual de hastiados. Las redes sociales abundan a esa sobre oferta y una posible pereza de contenidos, plataformas como Instagram o Tik Tok invaden nuestra atención y, de nuevo el algoritmo nos filtra contenidos mientras nos hace sentir libres de elegir lo que queramos ver, todo al mismo tiempo que le damos nuestros datos personales y patrones de consumo.
Pero Wendy Guevara y la casa de los famosos terminaron apenas este fin de semana un fenómeno televisivo como no se había visto en al menos dos décadas en que el mismo formato de realitys irrumpió en las pantallas con Big Brother. Televisa nos hizo volver a la televisión abierta sin importar siquiera si vimos un solo minuto del extenso programa que por si mismo le ha dado rendimientos estimados por unos 300 millones de dólares. Creo que la estrategia estuvo siempre en poner en el centro la pantalla de televisión y presentar personajes poco conocidos (por algunos) para hacerlos evolucionar frente a los ojos de los que vieron el programa y usar para beneficio de una narrativa de competencia, odios, predilecciones, problemas, conflictos y claro, entretenimiento al mismo nivel que las plataformas y las redes sociales: permanente, adictiva, fresca, completamente desechable. Wendy Guevara visibilizó también la agenda de la comunidad de la población LGBTTTIQ+ al presentarse ante una audiencia más diversa y abierta e incursionó ante otras más tradicionales que antes hubieran reprobado lo que todos vieron en las mismas pantallas. Pero ese puede ser otro tema.
Wendy Guevara y La casa de los famosos volvió a posicionar a la televisión en el centro del entretenimiento y tomó a su audiencia y los usuarios de las redes para moldearlos y marinarlos durante semanas enteras: no se previno de los algoritmos ni del patíbulo de los comentarios fútiles y escandalosos, tomó sus propios personajes y los deslizó para fortalecer narrativas y llevar a otro espacio, el espacio que aparentemente había destronado a la tele para cambiar la mirada de pantalla. Pero para estar siempre cautivos de su atención, dosificados, expectantes, insatisfechos hasta el último momento en que incluso esas mismas audiencias se desbordaron en plazas públicas para celebrar algo que a muchos resulta incomprensible.
Por ahí leí que era un simple programa del que tal vez no se esperaba el éxito que resultó, que no fue incluso hecho más que para entretener. No soy tan ingenuo. El poder que representan los medios en las audiencias que forman y ceban, las audiencias que pagan dinero y presumen lealtad a un programa deben tener cierta utilidad social, y política. Basta ver la historia de los libros de texto gratuitos con su polémica macarturiana por la invasión de ideología comunista. No soy tan ingenuo como para no sospechar por qué Televisa presumió, entre sus propios números una “votación” de 40 millones y una triunfadora que alcanzó los 18 millones de preferencias justo en las semanas que se definen las candidaturas presidenciales.
“La televisión”, decía Murrow, “es un instrumento que puede enseñar, puede iluminar y hasta inspirar” pero Sartori también decía que “la televisión produce imágenes y anula conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender”. Y este regreso triunfal de la televisión abierta en audiencias jóvenes que siguen representando un gran botín electoral es antojadizo para cualquier fuerza política que quiera ganar en un proceso que se perfila largo, caracterizado por el escándalo y el entretenimiento, por la competencia por el carisma y la afinidad antes que la formación o la viabilidad algo parecido a una idea. También en meses de bombardeo mediático constante, en voceros y analistas de uno y otro lado, en votos, en alianzas, descalificaciones y plazas llenas celebrando el triunfo de quien gane, en un espectáculo del que la televisión abierta, ese gigante desdeñado y olvidado por unos años que ha regresado por sus fueros, volverá a jugar un papel importante.
Por Salvador Carrillo García