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LA TRIBUNA, LA CRISIS Y LA DEFENSA: ADÁN AUGUSTO HABLA

Adán Augusto López se paró en la tribuna del Senado con el aplomo de quien sabe que las balas rebotan en los muros bien cimentados. Lo escuchamos —los que todavía escuchamos a los políticos— desplegar con calma una defensa que no necesitó florituras, apenas hechos. Datos, fechas, nombres. Un relato construido con una lógica simple y por eso más contundente: yo no lo puse al principio, lo puse después; no por afinidad, sino por necesidad; y cuando lo puse, no sabía nada.
Lo demás, decía con esa voz de piedra tabasqueña, es puro teatro.
En estos tiempos donde el barro político se lanza a diario con la precisión de los memes y la saña de los hashtags, Adán Augusto hizo lo que muy pocos: subirse a la arena, no para gritar, sino para ordenar la secuencia. Y lo logró.
Porque el escándalo —ese que a muchos les encanta engordar— descansaba en un solo supuesto: que él, como gobernador de Tabasco, habría sabido que su secretario de Seguridad tenía vínculos con el crimen organizado. Que lo puso ahí por cercanía o complicidad. Y que, por tanto, era responsable de una red de corrupción.
Adán Augusto desmontó esa acusación con la puntualidad de un cirujano:
Primero, recordó que el secretario no fue nombrado desde el inicio de su gobierno, como se ha dicho, sino después de una cadena de cambios. Comenzó, dijo, ratificando al titular anterior —Jorge Alberto Aguirre— por simple continuidad. Luego vino su renuncia. Luego un interino. Y solo entonces llegó Hernán Bermúdez, que para ese momento no tenía señalamiento formal alguno.
Segundo, aclaró que Bermúdez no era un improvisado, sino un exfiscal —lo que en otros contextos sería una virtud— y que su llegada obedecía a una crisis de seguridad en Tabasco. Un momento donde se necesitaba experiencia, no lealtad.
Tercero —y aquí el tono cambió, se endureció—, recordó que la supuesta “prueba reina” de los señalamientos, los Guacamaya Leaks, se filtraron en septiembre de 2022, cuando él ya no era gobernador. “Yo ya no estaba allí”, dijo. Como quien señala que no puede responder por las pesadillas que no le tocó soñar.
Y cuarto —y tal vez más importante—, no rehuyó la posibilidad de ser llamado por la autoridad. Lo dijo sin miedo, sin cálculo aparente: “si me requieren, hablaré. Mientras, no puedo violar la secrecía de ninguna investigación”. No sonó a evasiva, sino a respeto por el proceso. A una forma de entender el poder como un ejercicio responsable, no como un escudo.

Lo que vimos en el Senado no fue la arrogancia de un político acostumbrado al fuero, sino la defensa metódica de un hombre que sabe que la política mexicana ha dejado de ser un espacio para el matiz: aquí se es culpable por asociación, sospechoso por omisión, criminal por cercanía. Y, sin embargo, él no cayó en la trampa de la histeria.
Y claro, hubo frases que encendieron los titulares. La más célebre: “Toda su tiznadera me tiene sin mayor cuidado”. Una forma muy mexicana de decir: “No me importa su mugrero”. La oposición gritó, como era previsible. Lilly Téllez con su impecable maquillaje, agitó su dedo flamígero acusando, la oposición no le apoyó. Otros senadores del PAN se aferraron a las filtraciones, a las suposiciones, a las narrativas.
Pero Adán Augusto se sostuvo en lo que dijo haber hecho. En lo que dejó por escrito. En lo que las fechas pueden probar. En lo que el sentido común —ese que tanto se ausenta en las discusiones públicas— todavía puede sostener: que no todo error es complicidad y no toda omisión es delito.
Y no, no se presentó como un mártir. Ni siquiera como un perseguido. Se presentó como lo que hoy ya escasea: un político que cree en su versión de los hechos y la defiende sin miedo a la mueca pública. Un político que, para bien o para mal, parece no temerle al juicio de los otros. Porque sabe —como dijo su jefe político— que “la calumnia, cuando no mancha, tizna”. Pero también sabe —y lo dejó claro— que hay tiznas que no ensucian, y otras que sólo revelan quién las arroja.
Quizás por eso fue eficaz su defensa. Porque no fue dramática. Porque no lloró en tribuna ni llamó a la justicia divina. Fue eficaz porque fue sobria. Porque apeló a los tiempos, a los hechos, al expediente.
Y porque, en un país donde se acusa más rápido de lo que se razona, tener razón a veces es suficiente.
Al final, el Pleno de la Comisión Permanente rechazó por mayoría el punto de acuerdo promovido por la senadora panista Lilly Téllez, quien pedía exhortar a Adán Augusto López Hernández a separarse de su cargo como presidente de la Junta de Coordinación Política.
El intento de apartar de sus funciones parlamentarias a Adán Augusto fracasó.
En X @DEPACHECOS