En las calles de Tlaquepaque, entre el bullicio de los mercados y el sonido incesante de los motores, nació un hombre del pueblo, un hijo de la educación pública que hoy se perfila como el posible rector de una de las universidades más influyentes de México. César Barba Delgadillo, mejor conocido como «El Chicho», es un producto puro de las entrañas de la clase trabajadora, un hijo de un taxista y una ama de casa, criado entre seis hermanos, en un barrio donde las opciones de vida son limitadas.
La historia de «El Chicho» podría parecer salida de un cuento de superación personal, de esos que se cuentan en las sobremesas de las familias humildes, donde sólo una cosa parece tener sentido para salir adelante: la educación. Y esa fue la apuesta de «El Chicho», cuando decidió tomar la ruta menos transitada por sus vecinos, optando por permanecer en la escuela, en un entorno donde muchos se vieron tentados por la migración al norte o por empleos mal remunerados.
Su primera parada fue la Prepa 4 de la Universidad de Guadalajara (UdeG), un escenario donde la rebeldía juvenil encontró cauce en el liderazgo. Barba Delgadillo se hizo notar rápidamente al encabezar una lucha que resonó en los pasillos universitarios: la oposición al cobro condicionado de cuotas escolares en la universidad pública de Jalisco. Era su primera batalla, pero no la última. En las aulas de la Facultad de Derecho, no solo se convirtió en un estudiante comprometido, sino en un líder nato, formando el grupo HECHO EN DERECHO, un colectivo que marcó un hito en la vida académica de la universidad, y cuyo legado se siente todavía en los rincones del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH).
César Barba, en aquellos años, no se limitó a la academia. Se convirtió en el presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), y su liderazgo fue determinante en uno de los conflictos más sonados de la UdeG, la resistencia al entonces aburguesado gobernador panista Emilio González Márquez. Los estudiantes de la universidad se alzaron como una fuerza imparable bajo la batuta de «El Chicho», quien nunca dejó de lado sus raíces ni su humildad.
Y ahora, cuando el escenario político y académico de la Universidad de Guadalajara se encuentra ante una sucesión sin precedentes, César Barba Delgadillo aparece como una figura inusual, alguien que no fue educado en las grandes universidades extranjeras, sino que se forjó en las escuelas públicas. Su candidatura a la rectoría se presenta como una opción que se desvía de la tradición, como un símbolo de lo que se necesita fomentar en el país: la lucha por la justicia social y el acceso real y equitativo a la educación para todos.
Si algo define estos tiempos políticos a México, es la búsqueda de la inclusión y el reconocimiento de que el poder y el liderazgo no deben ser exclusivos de aquellos que nacen en cunas privilegiadas. Y «El Chicho», con su historia de superación personal, personifica esos principios, pues en sus acciones, resuenan los ecos de un México que quiere dejar atrás las desigualdades, que quiere transformar las estructuras desde abajo, y que busca en los líderes populares la esperanza de un cambio.
En la Universidad de Guadalajara, donde el poder ha tenido tradicionalmente sus propios guardianes, César Barba Delgadillo parece querer romper el molde. Su candidatura no solo es una propuesta, sino una declaración: la universidad pública es el semillero de líderes auténticos surgidos desde el pueblo, que pueden llegar a dirigirla.
Es tiempo de que el hombre que creció en los barrios de Tlaquepaque, con los pies firmes en la tierra, tome las riendas de la casa de estudios más grande de Jalisco.