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EL QUÓRUM QUE NUNCA LLEGÓ

Dicen en los pasillos del Congreso que el lunes olía a café frío y a desdén legislativo. Y no era para menos: mientras la secretaria de Igualdad Sustantiva, Fabiola Loya, se preparaba para enfrentar cuestionamientos, estadísticas y la interminable lista de pendientes sobre violencia de género en Jalisco, los diputados afinaban —quién sabe dónde— su capacidad para no presentarse.
La escena fue digna de un sainete parlamentario: más fotógrafos que legisladores, un hemiciclo desierto y apenas 11 de 38 diputados dando señales de vida. La funcionaria llegó puntual, el equipo técnico ya estaba listo, la documentación se acumulaba sobre la mesa… pero el quórum nunca apareció.
A la 1:15 de la tarde, Claudia Murguía, coordinadora panista, decretó lo inevitable: no había sesión que sostener. La glosa quedó cancelada, no por motivos de fuerza mayor, sino por pura y llana inexistencia de interés.
Y lo peor: cada bancada intentó culpar a la otra. Un triste juego de espejos entre quienes aseguran trabajar por el bien del estado y, sin embargo, no pueden reunir ni un puñado de curules ocupadas para escuchar a una secretaria cuyo tema, se supone, es prioridad.
O debería serlo.
Porque la ironía no pasa desapercibida ni para los más cínicos: la secretaria que sí cumplió, que sí llegó, que sí estaba lista para rendir cuentas, ahora tendrá que esperar a que los diputados —los mismos que exigieron las comparecencias— decidan cuándo les conviene atenderla. Una inversión absurda de papeles que retrata, con puntualidad quirúrgica, la frivolidad que domina al Legislativo jalisciense.
Pero donde la política muestra su rostro más grotesco es en el origen de las ausencias. Las listas revelan lo evidente: quienes más fallaron fueron los de Movimiento Ciudadano, el partido del propio gobernador Pablo Lemus. De diez diputados naranjas, apenas un puñado se dignó a entrar al salón; otros rondaban por ahí, pero no lo suficiente para hacer acto de presencia real.
Tal vez asuntos más urgentes reclamaban su atención: una llamada, una comida, una entrevista, cualquier cosa que pareciera más importante que escuchar la política pública sobre igualdad y violencia de género.
Y esto ocurrió, para colmo, en la víspera del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una fecha en la que cada discurso oficial presume compromiso, empatía, solemnidad. En cambio, el Congreso decidió enviar el mensaje más transparente posible: no les interesa.
Desde su lugar, Fabiola Loya soltó su indignación con la precisión de un bisturí: lamentó el desinterés, la falta de quórum y la ausencia de voluntad para escuchar avances que van desde mil 500 zonas Pulso de Vida, la consolidación de Unidades Especializadas Policiales, el 85.6% del avance del Plan Estratégico de Alerta de Violencia de Género, hasta la implementación de rastreadoras para agresores. Nada menor. Nada improvisado. Nada que justificara un salón vacío.
Pero aun así, vacío estuvo.
Y mientras los diputados se “echaban la bolita”, ofreciendo disculpas que mañana quedarán olvidadas, el mensaje quedó grabado con claridad meridiana: la glosa, exigida con estridencia por las bancadas, es para ellos un trámite decorativo, un instrumento político que se abandona en cuanto deja de servir para golpear al adversario.
La pregunta cae por su propio peso:
¿Para eso querían la glosa? ¿Para plantarse a sí mismos como monumento a la desidia legislativa?
Lo ocurrido no es un accidente. Es un patrón. Y es, sobre todo, un retrato fiel del vacío —no el del pleno— sino el vacío político que habita en quienes deberían representar a las y los jaliscienses.
Ahí está el verdadero escándalo. Y no hay fotografía que lo oculte.
En X @DEPACHECOS











