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El arte de recomponer lo que nunca debió romperse

En Jalisco, la política volvió a su deporte favorito: el remiendo. Después de la tormenta legislativa que dejó maltrecha la relación entre el Congreso y el Ejecutivo por la reforma al Poder Judicial, el secretario general de Gobierno, Salvador Zamora, fue enviado a una misión de alto riesgo: coser con hilo fino lo que los operadores políticos rompieron con manos torpes.
La semana anterior, los diputados opositores —de Morena, PAN, PRI, Hagamos, Futuro y PT— aplicaron el clásico “madruguete”. Aprobación del dictamen en primera lectura sin avisar, con Movimiento Ciudadano fuera del juego. Resultado: berrinche en Casa Jalisco y silencio incómodo en el Congreso. Fue, en términos de ajedrez, un jaque al gobernador Pablo Lemus, que tuvo que admitir públicamente que su propio tablero se le desacomodó.
Ayer lunes, en lo que los cronistas llaman “vacío legislativo”, llegó Zamora al Congreso. Sin agenda pública, sin reflectores, pero con una orden precisa: iniciar la operación cicatriz. La reunión fue a puerta cerrada, con los coordinadores de PAN, Hagamos, PRI, Morena, Verde y MC. No hubo fotos oficiales, pero sí un objetivo común: contener el incendio antes de que las brasas se volvieran ruptura.
Zamora habló de “diálogo”, de “respeto” y de “apertura”. Palabras gastadas en el léxico político, pero que hoy suenan como novedad en un ambiente donde el cabildeo se sustituyó por los comunicados y la soberbia. Admitió que hay diferencias con el dictamen aprobado, pero evitó el tono de ultimátum. “No quiero hablar de irreductibles”, dijo, como quien sabe que la negociación apenas empieza y que el poder —como el vino— necesita reposar para no agriarse.
La diputada panista Claudia Murguía, siempre directa, resumió el problema con bisturí político: “Falló la operación política de Movimiento Ciudadano”. Y no le falta razón. En la era Lemus, el puente entre Casa Jalisco y el Congreso se volvió un monólogo: instrucciones desde arriba, ejecución mecánica y poca empatía con el resto de las bancadas. Los resultados están a la vista: el Ejecutivo perdió la iniciativa en su propia reforma y ahora tiene que ir a tocar la puerta que cerró por soberbia.
Murguía reconoció que la visita de Zamora fue, en los hechos, una formalización de la voluntad del gobernador de enmendar el error. Pero también dejó claro que el PAN mantendrá su apoyo al dictamen ya aprobado, lo que deja a Lemus y su operador con poco margen para maniobrar.
Mientras tanto, Adriana Medina —diputada de MC y presidenta de la Comisión de Seguridad y Justicia— lanzó una frase reveladora: en la agenda de su comisión solo figura la ratificación de magistrados, no la reforma judicial. En otras palabras: el propio partido en el poder no tiene alineada ni la agenda.
Salvador Zamora repitió que la iniciativa del gobernador recoge las voces de universidades, colectivos y abogados. Puede ser cierto, pero la legitimidad técnica no sustituye la falta de músculo político. En la práctica, el diálogo con los actores sociales sirvió de vitrina, no de sustento, y hoy el Ejecutivo paga el costo de haber confundido la comunicación con la convicción.
La oposición, por su parte, tampoco sale ilesa. El “madruguete” puede darles oxígeno momentáneo, pero les quita autoridad moral. Si de verdad quieren un nuevo modelo judicial, debieron construirlo con los votos y no con las ausencias. La reforma del Poder Judicial, más que una disputa técnica, se volvió símbolo de quién impone la narrativa en Jalisco: el Ejecutivo naranja o el Congreso multicolor.
Zamora insiste en que “hay tiempo legislativo suficiente”. Pero el reloj político corre más rápido que el calendario. Cada día sin consenso erosiona la confianza entre poderes y alimenta el desgaste de un gobernador que prometió “diálogo técnico” y terminó apagando incendios políticos.
Lo que empezó como una discusión sobre jueces, magistrados y evaluaciones, terminó exhibiendo la fragilidad de la gobernabilidad en Jalisco. Porque el verdadero problema no es la reforma judicial: es la ausencia de un operador con peso político real, alguien capaz de hablar con todos sin levantar trincheras.
En el fondo, la visita de Salvador Zamora al Congreso no fue un acto de conciliación, sino un intento de rescatar el timón de un barco que empezó a desviarse. El Ejecutivo quiere recuperar el control del proceso, pero la oposición aprendió que puede navegar sola.
Y mientras ambos bandos discuten quién tiene la razón, la justicia en Jalisco sigue esperando que, al menos una vez, el poder político se acuerde de que el Estado no se gobierna con madruguetes ni disculpas tardías, sino con acuerdos que duren más que un titular de prensa.
Porque en política —y en los tribunales— las cicatrices siempre cuentan la historia de una herida que se pudo evitar.
En X @DEPACHECOS