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El madruguete que no fue: traiciones, cálculos y fracturas en el Congreso de Jalisco

En política, como en el billar, las carambolas no siempre salen como se planean. Lo que parecía una jugada maestra para aprobar la reforma judicial en Jalisco terminó siendo una lección de aritmética parlamentaria, de esas que dejan cicatrices. En el tablero del Congreso local, los movimientos fueron tan súbitos que el edificio de Hidalgo 222 se convirtió en un volcán: de su letargo legislativo brotaron traiciones, fracturas internas y el reconocimiento tácito de que nadie tiene el control absoluto del poder.
Todo comenzó con una alianza improbable: PAN, PRI, Morena, Hagamos, Futuro, PT y el diputado independiente Alejandro Puerto. Unidos, al menos por un parpadeo, en un bloque opositor con un objetivo claro: detener a Movimiento Ciudadano y forzar una reforma judicial hecha a su medida. La operación prometía lo imposible —construir una mayoría calificada para modificar la Constitución—, pero pronto se reveló como una ilusión frágil.
Los estrategas opositores creyeron que tenían los votos contados. Se durmieron confiados la noche del lunes, convencidos de que el martes a mediodía tendrían en el bolsillo la aprobación de la reforma. Pero la política, esa vieja amante caprichosa, les cambió el guion.
Para aprobar la reforma judicial se necesitaban 26 votos. El bloque opositor alcanzaba apenas 20, y los seis faltantes dependían de un par de piezas movedizas: los votos del Partido Verde. Ahí empezó la tragedia. La diputada morenista Brenda Carrera, cansada de pleitos internos y más cercana a las filas del secretario general de Gobierno, Salvador Zamora, renunció a su bancada y se refugió en la fracción verde. Movimiento Ciudadano olfateó la oportunidad y José Luis Tostado, su coordinador, intentó acelerar el voto. No lo logró. La sesión terminó en primera lectura, sin reforma y con un bloque opositor diezmado.
Las fracturas no tardaron en aparecer. En el PAN, Claudia Murguía vio cómo dos de sus legisladores —Isaías Cortés Berumen y Tulio Díaz Blanco— le dieron la espalda y se aliaron informalmente con Movimiento Ciudadano. Sin renunciar al azul, pero renunciando a su liderazgo. Murguía, que de cuatro diputados pasó a dos, quedó atrapada en una tormenta interna que amenaza con diluir lo poco que queda de la bancada blanquiazul.
En Morena, la historia no fue distinta. El coordinador Miguel de la Rosa sufrió su propia puñalada política: la salida de Brenda Carrera, sumada a los desacuerdos con el grupo del senador Carlos Lomelí, dejó en evidencia que la izquierda tapatía no logra escapar de su propia centrifugadora.
La jugada del bloque opositor se desmoronó por los mismos defectos que la originaron: desconfianza y cálculo. Intentaron un madruguete legislativo, pero sin disciplina ni proyecto común. Y cuando el PAN y Morena se fracturaron, el supuesto frente antiemecista se volvió humo. Movimiento Ciudadano, por su parte, resistió la embestida, pero a un costo político evidente: Tostado deberá enfrentar una Junta de Coordinación Política adversa, dominada por Morena, PAN, PRI, Hagamos y Futuro. En la casa de Hidalgo 222, el coordinador naranja se quedó prácticamente solo, sostenido por el hilo verde de José Guadalupe Buenrostro.
El fondo del debate va más allá de los votos. La iniciativa buscaba reconfigurar el sistema de designación de jueces y magistrados, pero abría la puerta a la discrecionalidad política. El método de insaculación o “tómbola”, planteado como desempate, pretendía eliminar cuotas partidistas, aunque en la práctica podía reducir el mérito a un acto de azar. Movimiento Ciudadano defendió su versión como una apuesta por la transparencia; sus críticos la leyeron como un intento por mantener el control político del Poder Judicial bajo otra forma.
La parálisis actual, sin embargo, tiene un costo mayor: el Poder Judicial de Jalisco sigue en espera de su reforma, y cada aplazamiento aumenta el riesgo de que la justicia local siga sujeta al capricho de las élites partidistas.
Ayer martes, cuando la sesión se levantó sin acuerdo, más de un diputado salió mascullando frustración. Pero, irónicamente, el fracaso del “madruguete” tuvo un efecto insospechado: el Congreso, dormido por meses, despertó.
De pronto, la política local volvió a tener movimiento, ruido y pasión.
Las bancadas, hasta ayer disciplinadas, comenzaron a reacomodarse; las lealtades se volvieron moneda de cambio y las traiciones, estrategia de supervivencia.
En medio de ese caos, la pregunta no es si habrá reforma judicial, sino quién sobrevivirá políticamente a este terremoto legislativo. Porque, si algo dejaron claro las últimas 48 horas, es que en Jalisco no existen alianzas eternas ni enemigos definitivos. Solo actores que cambian de máscara según la ocasión.
En el juego de la política jalisciense, los “madruguetes” se pagan caros. El intento opositor por arrebatar el control del tablero fracasó, y Movimiento Ciudadano salvó el día, pero no la calma. En los pasillos del Congreso se escuchan los tambores de la guerra que está por comenzar.
Y en ese ruido —de curules, traiciones y egos— el ciudadano común sigue esperando algo más que estrategias: justicia, transparencia y un Estado que legisle sin trampas ni relojes escondidos.