OPINIÓN

El protocolo perdido y la justicia extraviada

En Jalisco, la narrativa oficial insiste en que los desmanes del 15 de noviembre fueron obra de “provocadores” llegados de otros estados, parte de una supuesta Generación Z convertida, de pronto, en amenaza pública. Pero los hechos —duros, tercos— han desmontado esa versión con la precisión de un expediente mal integrado: de 40 detenidos, 32 quedaron libres porque la Fiscalía no pudo sostener sus acusaciones. Ocho vinculados; siete en Puente Grande. El resto, inocentes que tuvieron la mala fortuna de caminar, grabar videos o simplemente transitar por una ciudad donde la policía confunde el protocolo con el pretexto.

La liberación masiva no es un triunfo judicial. Es una confesión institucional. Habla de pruebas insustanciales, de detenciones arbitrarias, del viejo reflejo de fabricar culpables para maquillar incapacidad. Porque si algo quedó exhibido, es que el protocolo estatal para el manejo de manifestaciones —ese que nació tras el crimen de Giovanni López y que prometía un antes y un después— terminó archivado en alguna bodega de la Secretaría de Seguridad Pública. Un manual de adorno, no de actuación.

Durante la glosa del informe, la Fiscalía intentó deslindarse con un libreto ya conocido: falta personal, sobran carpetas, aprietan los tiempos, y sin embargo “resolvemos muchos casos”. Pero cuando se rasca un poco, emergen los vacíos: agencias con hasta 5 mil expedientes; omisiones en investigaciones clave; rezagos que pesan como ladrillos sobre miles de víctimas. Y para atajar la crítica, siempre está la muletilla de moda: “ya no está infiltrada por el crimen”. Como si el señalamiento de incompetencia sólo pudiera explicarse con teorías de conspiración interna.

Mientras tanto, la Secretaría de Inteligencia y Búsqueda de Personas tampoco sale bien librada. Diputados de todos los colores cuestionaron sus pobres resultados y su tendencia a responsabilizar a las víctimas. El contraste es brutal: miles de familias buscan a sus desaparecidos, y la autoridad entrega discursos, no respuestas. Documentos, no localizaciones. Informes, no resultados. El mismo vacío institucional que permite que adolescentes sigan bajo resguardo sin claridad sobre su proceso, mientras los verdaderos responsables del caos del Centro Histórico quizá nunca fueron detenidos.

Lo ocurrido el 15 de noviembre dejó al descubierto un Estado que actúa con reflejos viejos: detener primero, investigar después; presentar acusaciones flojas; vincular sólo por daños a monumentos cuando los videos mostraban agresiones más graves; y liberar en masa para no exhibir aún más su torpeza. Un Estado que presume “rechazo a la impunidad”, pero que detiene a quien pasa cerca y deja ir a quien realmente vandaliza. Qué ironía: 82.5% de los detenidos no tenían relación probada con los hechos. ¿Cuántos más hubieran dormido en una celda si no existieran videos, abogados y presión pública?

Y mientras la Fiscalía se excusa, la policía estatal presume operativos, pero sigue sin explicar por qué arremetió contra jóvenes, prensa y vecinos que nada tenían que ver con los disturbios. ¿Esas serán las corporaciones que resguardarán la Copa del Mundo? ¿Las mismas que no pueden distinguir entre un manifestante y un transeúnte?

De fondo, Jalisco enfrenta una crisis más profunda: un aparato de seguridad que improvisa, una Fiscalía que no investiga con rigor y un Gobierno que responde con discursos antes que con reformas. El protocolo olvidado es metáfora de un sistema más amplio: uno que promete garantías, pero administra improvisaciones; que presuma “mano firme”, pero fabrica culpables; que exige confianza, pero opera con opacidad.

La justicia no se mide por comunicados. Se mide por carpetas bien integradas, policías que respetan derechos humanos y autoridades que no usan el aparato estatal como escenografía. Jalisco no necesita nuevos discursos. Necesita instituciones que no tengan que liberar al 82% de sus detenidos para evitar el ridículo.

Porque cuando la justicia se improvisa, el Estado deja de gobernar. Y comienza a simular.

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