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El SIAPA: UN PANTANO BAJO LOS PIES

El diagnóstico interno del SIAPA no es un documento técnico: es una radiografía política del derrumbe. Lo que revela no sólo es la inminencia del colapso hidráulico para más de tres millones de habitantes del Área Metropolitana de Guadalajara; muestra, sobre todo, el agotamiento de un modelo de gestión enterrado entre burocracias fósiles, redes de intereses y un silencio institucional que huele a humedad rancia.
El organismo operador del agua —ese Frankenstein intermunicipal que reúne a Guadalajara, Zapopan, Tlaquepaque y Tonalá— admite lo que durante años negó: su infraestructura está corroída, su red envejecida y su capacidad administrativa, paralizada. Casi la mitad de las tuberías tiene más de cuatro décadas; las plantas potabilizadoras datan de 1956; las fugas rebasan los 2 mil 858 socavones activos. El agua se va, literalmente, por los agujeros del Estado.
Pero el dato más grave no está en los fierros: está en la política.
El SIAPA reconoce una “burocracia excesiva” y procesos manuales que entorpecen decisiones. Palabras menores para lo que en realidad es una cadena de complicidades que ha permitido que el organismo opere con la misma lógica de hace medio siglo. Cambian los directores, los colores partidistas, las promesas de modernización… y el agua sigue escurriendo por los mismos canales de opacidad.
El episodio reciente con la comentarista de televisión que facturó asesorías inexistentes es sólo la espuma en la superficie. Debajo, el fondo es más oscuro: una plantilla con mil empleados más de los necesarios; decisiones técnicas sometidas a cálculos políticos; y un sistema de medición que no mide, no registra y, cuando pretende hacerlo, lo hace mal. La mitad del consumo no se sabe, no se cobra o simplemente no existe. Un organismo operador del tamaño de la segunda ciudad más importante del país que no sabe cuánta agua entrega: ahí está la verdadera crisis.
La corrupción, como el moho, avanza silenciosa.
Instalaciones sin mantenimiento; alcantarillado insuficiente; riesgo permanente de inundaciones; tomas clandestinas que, según el propio documento, ya parecen un “problema mayúsculo”. A eso se suma el vicio de fondo: sin ingresos actualizados, sin eficiencia operativa, el SIAPA no puede dar servicio óptimo a nadie… pero tampoco puede expandirse a nuevas zonas. Un círculo vicioso tan perfecto que parece diseñado a propósito.
Todo esto desemboca en lo mismo: desconfianza ciudadana. Y con razón.
No es casualidad que cada crisis de agua se convierta en un plebiscito espontáneo sobre la credibilidad del gobierno. Los vecinos ven socavones que se abren, calles que se inundan, recibos que suben y un organismo que responde con comunicados tibios. Mientras tanto —y esto lo señala el diagnóstico con una frialdad quirúrgica—, el riesgo de colapso sigue siendo real, y seguirá siéndolo en 2025.
La pregunta política es otra: ¿quién dejó que el SIAPA llegara a este punto?
Porque los fierros se desgastan, sí, pero la negligencia se construye. Y aquí no hablamos sólo de administraciones recientes: hablamos de décadas de simulación donde modernizar el agua era un discurso, pero nunca una prioridad. Lo que hoy está a punto de colapsar no es sólo infraestructura hidráulica: es un sistema de gobierno que pospuso las decisiones difíciles y cobró, sin pudor, los costos políticos de esa inacción.
El SIAPA es hoy el espejo más honesto de la Zona Metropolitana: brillante por fuera, corroído por dentro.
Y cuando el agua deja de fluir, la política —como siempre— termina mostrando su rostro verdadero.
Ahí, lector, es donde conviene mirar.
En X @DEPACHECOS











