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El vaso roto del SIAPA

En el mapa político y administrativo de Jalisco hay organismos que, como espejos rotos, devuelven una imagen fragmentada de la corrupción, la ineficacia y la desvergüenza pública. Uno de esos espejos es el Sistema Intermunicipal de Agua Potable y Alcantarillado (Siapa). Su historia reciente es un manual práctico de cómo hundir una institución bajo el peso de la burocracia, el clientelismo y la improvisación.
Los números son fríos, pero contundentes. Desde 2018, la nómina del Siapa creció más de 30 por ciento, mientras que la inversión en infraestructura —es decir, en aquello que justifica su existencia— se desplomó de un ya raquítico 20% a un miserable 1.9% en 2025.
Lo peor, las contrataciones no son para equipo operativo o basificaciones, ¡Es para pagar favores a personas que ayudaron en las campañas políticas! ¡Y en el Siapa nadie dice nada!
El agua se escurre, literalmente, por la coladera de los sueldos y las prestaciones de unos cuantos, mientras los tapatíos siguen padeciendo fugas, desabasto y recibos inflados. Y, como si fuera un chiste de mal gusto, la Comisión Tarifaria planteaba aumentos de hasta 200% en las tarifas para 2026. El atraco disfrazado de política pública.
Pero la fotografía es todavía más grotesca si se observa el detalle: de cada peso que ingresa al organismo, casi una tercera parte se va directo a la nómina. No se trata de fontaneros ni cuadrillas de mantenimiento: la grasa burocrática se infla con plazas administrativas, directivos bien conectados y asesores de ocasión. En contraste, la inversión en obras hídricas, que en algún momento rondó los mil millones de pesos, se ha reducido hasta quedar en cifras que ofenden a la lógica y al sentido común. ¿Resultado? Tuberías reventadas, colonias enteras sin agua, infraestructura colapsada y una ciudadanía cada vez más incrédula.
La presidenta municipal de San Pedro Tlaquepaque, Laura Imelda Pérez, lo resumió en una metáfora demoledora: el Siapa es un vaso roto. Da igual cuánto dinero se le eche, porque seguirá tirando por los agujeros del dispendio, la opacidad y la negligencia. Una imagen precisa y brutal que debería cimbrar conciencias. Pero no: los defensores del alza tarifaria alegan que «no hay de otra» más que hacer que los ciudadanos paguen más. Cinismo puro.
Es aquí donde la política de Movimiento Ciudadano exhibe su rostro más hipócrita. Los mismos gobiernos que prometieron eficiencia y modernidad han permitido que el Siapa se convierta en una nómina con tuberías, un feudo donde el gasto corriente devora el presupuesto y donde la inversión pública se trata como limosna. No se trata de incapacidad técnica, sino de una decisión política: usar al organismo como botín. Porque en la lógica del poder naranja, siempre habrá espacio para un primo, un operador electoral, un recomendado.
El colmo es que, pese a esta sangría, la Comisión Tarifaria se atrevió a poner sobre la mesa incrementos en las tarifas de entre 44 y más de 200%. Una burla que sólo se contuvo porque algunos actores políticos decidieron no cargar con el costo de aprobar semejante barbaridad. Pero el mensaje ya quedó claro: el remedio que se plantea para una institución saqueada no es limpiarla, auditarla ni reestructurarla, sino clavarle más colmillo al bolsillo de los usuarios.
Si el Siapa es un vaso roto, como dijo Pérez, la clase política jalisciense es el pulso que lo sigue apretando contra el suelo, rompiéndolo cada vez más. Y los ciudadanos, los mismos que pagan por un servicio deficiente, terminan recogiendo los vidrios con las manos.
Porque aquí, en la tierra del agave y la opacidad, el agua no sólo se desperdicia en fugas: se escurre también en nóminas infladas, en contratos oscuros y en la complicidad de quienes deberían vigilar. Y mientras nadie se atreva a romper de raíz ese vaso roto llamado Siapa, Jalisco seguirá bebiendo —gota a gota— de la amarga copa de la corrupción.
En X @DEPACHECOS