OPINIÓN

María Elena Limón: cobrar sin dar cuentas, el arte de sobrevivir en la política naranja

Si algo caracteriza a la política jalisciense es su capacidad para reciclar a los mismos nombres, aunque sus expedientes huelan a polvo, moho… y sospechas. En el caso de María Elena Limón, ex presidenta municipal de Tlaquepaque y ex diputada federal, la historia no necesita demasiadas vueltas: ahí está, en la nómina del Gobierno del Estado, cobrando casi 78 mil pesos mensuales por “honorarios por servicios personales”. ¿Qué hace? Nadie lo sabe. ¿En qué área? Nadie lo precisa. ¿Su contrato? Misteriosamente, no aparece.

Estamos ante la versión naranja de un viejo vicio priista: vivir del presupuesto como si fuera patrimonio personal. La Secretaría de Administración se da el lujo de exhibir todos los contratos de honorarios… menos el de Limón. ¿Error administrativo? No. Es la clásica maniobra de la política de la simulación: esconder bajo la alfombra aquello que incomoda.

La carrera de Limón no es precisamente una historia de buenas cuentas. Como alcaldesa, se le señaló de usar los programas sociales con fines electorales, de acomodar contratos y de mantener un círculo de lealtades a costa del erario. Hoy, reciclada como “asesora”, vuelve a confirmar que su verdadero talento no es administrar ni legislar, sino saber dónde colocarse para seguir cobrando sin rendir cuentas.

Las crónicas periodísticas de los últimos años coinciden en el apodo: “La Reina de Tlaquepaque”. Y con razón. María Elena Limón construyó un cacicazgo político y familiar con el Ayuntamiento como botín.

Los cinco hermanos Reynoso Mercado —sobrinos directos— ocuparon puestos clave en Salud, Inspección, Mantenimiento y Servicios Públicos. Su hermano, José Luis Limón, fue director de Cementerios. Su exnuera dirigió Relaciones Públicas. Cuñados, sobrinos y hasta choferes, todos colocados en la nómina.

La acumulación patrimonial tampoco es menor. De declarar un patrimonio de 10 millones en 2014, pasó en dos años a comprar casas en Chapala por casi 3 millones, levantar otra por 2.5 millones en Tlaquepaque y omitir cuentas bancarias con saldos en dólares. Sus hijos, Argenis y Carlos Manuel, también adquirieron propiedades millonarias, mientras presumían viajes a Dubái, Sudamérica y Asia. 

Los funcionarios de Movimiento Ciudadano han aprendido bien la lección de sus viejos maestros priistas: el único error es quedarse fuera del presupuesto. Y en eso, María Elena Limón es alumna destacada. Porque más allá de discursos de “nueva política”, lo cierto es que en Jalisco se reproduce el mismo cáncer de siempre: la nómina convertida en botín partidista.

Mientras los ciudadanos padecen servicios públicos mediocres y escuchan promesas huecas de austeridad, ahí están los cheques a nombre de la exalcaldesa: uno en julio por 116 mil pesos, otro en agosto por 38 mil, todos bajo el mismo concepto nebuloso de “honorarios”. Vaya manera de honrar la transparencia.

La Ley de Transparencia obliga a publicar los contratos de honorarios. Pero cuando se trata de Limón, la Secretaría de Administración se vuelve selectiva: publica todos, menos el suyo. Una omisión demasiado conveniente. El mensaje es claro: no importa lo que hagas, importa a quién le seas útil.

La ciudadanía no sabe qué asesora, qué opina o qué produce María Elena Limón. Pero lo que sí sabe es que su salario equivale a casi tres veces lo que gana un médico en hospital público o un policía que se juega la vida en la calle. El contraste, como diría un clásico, es un insulto a la inteligencia.

No es un detalle menor: hablamos de una exalcaldesa con al menos once denuncias acumuladas en distintas instancias (Fiscalía Estatal, Anticorrupción, FGR, UIF) que, pese a todo, sigue siendo intocable. Un nombre que se barajó incluso como aspirante a la gubernatura de Jalisco.

¿La razón? Su vínculo con la dirigencia de Movimiento Ciudadano y la protección política del exgobernador Enrique Alfaro, quien ante las denuncia contra la Limón prefirió mirar hacia otro lado.

Mientras Limón y Amaya blindaban a su parentela y acumulaban bienes, Tlaquepaque se hundía en rezagos: colonias sin pavimento, luminarias deficientes, inseguridad creciente y servicios públicos deteriorados.

El contraste es brutal: un municipio pobre convertido en fuente de riqueza para una élite familiar. La historia de siempre, con los mismos apellidos, solo que pintados de naranja.

María Elena Limón se reinventa en cada sexenio. Ya fue presidenta municipal cuestionada, diputada federal gris y ahora asesora fantasma con salario de lujo. La pregunta no es qué hace —porque nadie lo sabe—, sino cuánto tiempo más seguirá alimentándose del presupuesto bajo conceptos tan imprecisos como “servicios personales”.

Escuché de un viejo maestro del periodismo decir: “el poder político en México se parece demasiado a una empresa familiar donde el producto estrella es la impunidad”. Y el caso de Limón, hoy con la bendición de Movimiento Ciudadano, es prueba viva de que nada ha cambiado… salvo el color de la camiseta.

En X @DEPACHECOS

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