OPINIÓN

Cuando el poder canta al narco

En Jalisco, el poder político gusta de celebrar. De brindar, de presumirse cercano al pueblo y, si la ocasión lo amerita, de corear a todo pulmón letras que glorifican al crimen. No es nuevo. Lo novedoso, o más bien lo escandaloso, es el grado de cinismo con que hoy se encubre la desvergüenza desde los mismos curules del Congreso local.

Apenas corrió la noticia —documentada en video, difundida por MILENIO— de que el diputado emecista Luis Octavio Vidrio celebró su cumpleaños 51 al ritmo de narcocorridos, y la defensa no se hizo esperar. Llegó, como dictan los manuales de control de daños, con rostro amable y voz tibia, en boca de su compañera de bancada, la diputada Verónica Jiménez.

La legisladora reconoció su asistencia al convivio realizado en Tlajomulco —donde también figuró el alcalde Quirino Velázquez—, pero con una precisión digna de notario se deslindó del momento en que “se presentó el grupo musical”. Según su testimonio, se marcharon a las 6 de la tarde para alcanzar boletos a la semifinal de Astros. Lo que pasó después, dice, no les concierne.

Pero sí les concierne. Y mucho. Porque el escándalo no estriba sólo en la hora ni en la canción. El escándalo es político, es ético, es institucional. ¿Cómo explicar que mientras el gobernador Pablo Lemus promueve leyes para prohibir narcocorridos en eventos públicos, sus propios correligionarios los celebran en fiestas privadas con ediles y legisladores presentes? ¿Cuál es la congruencia de la fracción de MC que un día se presenta como adalid de la legalidad y al siguiente se escuda en la etiqueta de «evento privado» para justificar la exaltación del crimen organizado?

Verónica Jiménez lamenta que “se manche la imagen del Congreso” por este caso, pero lo que mancha no es la cobertura periodística ni la indignación ciudadana. Lo que mancha es la impunidad con la que se desenvuelven ciertos actores políticos, convencidos de que las formas ya no importan, de que la moral es relativa si hay votos o corridos de por medio.

Decir que “Luis no es así” es una defensa vacía, impropia del momento y del cargo. ¿Qué significa “no ser así” cuando se permite la interpretación pública de letras que glorifican a un capo como ‘El Mencho’ y se aplaude al cantante que cobra cientos de miles por narrar gestas de sangre y poder? Si no se es “así”, ¿por qué la permisividad? ¿Por qué la foto sonriente, la copa en mano, la normalización de la apología criminal?

Lo más preocupante es que esta clase de episodios se vuelve sintomática de algo mayor: la banalización de la violencia desde el poder. Hoy, un diputado canta y baila con narcocorridos. Mañana, votará por una reforma que busca prohibirlos. Y lo hará sin el menor asomo de contradicción.

En tiempos donde Jalisco sigue siendo rehén de los cárteles, cuando los desaparecidos se cuentan por miles y la autoridad batalla por recuperar la confianza ciudadana, los legisladores deberían ser ejemplo, no espectáculo. Si el Movimiento Ciudadano quiere preservar algo de autoridad moral, tiene que demostrarlo con algo más que comunicados y justificaciones de ocasión.

Porque una cosa es ir a la fiesta. Otra muy distinta es negar que se escuchó la música.

Y más aún, pretender que el narcocorrido no dice nada cuando lo dice todo.

“La mentira se vuelve política cuando se institucionaliza. Y cuando el poder canta, es porque ya no le importa quién escucha.” Daniel Emilio Pacheco.

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