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Protesta sin eco: los estudiantes descubren la mano externa en la UdeG

En la Universidad de Guadalajara, las asambleas convocadas por los grupos disidentes han ido perdiendo fuerza. La razón es sencilla y a la vez reveladora: los estudiantes, destinatarios naturales de cualquier movimiento universitario, han notado que detrás de los discursos incendiarios se ocultan rostros extraños, ajenos a la vida cotidiana de las aulas y los pasillos.
Lo que en un inicio parecía una rebelión espontánea, con exigencias académicas legítimas, hoy enfrenta un descrédito creciente. En cada intento de toma o mitin, los jóvenes que realmente estudian en la UdeG observan que los dirigentes no son sus compañeros de clase, ni mucho menos voces representativas de la comunidad. Son personajes importados, encapuchados, o bien militantes de organizaciones políticas que poco o nada tienen que ver con la vida universitaria.
No son palabras al aire. Hay videos, testimonios y hasta expedientes que señalan a personajes como Gustavo Morales Partida —egresado de Historia que se hace pasar por estudiante— golpeando por la espalda a un profesor. O a Moisés Alejandro Flores, señalado en notas de prensa como presunto narcomenudista, participando en la toma del CUCSH. ¿Qué clase de protesta universitaria necesita narcomenudistas y bloques de cemento como armas?
El conflicto ha destapado la participación de grupos perfectamente identificables:
Los viejos liderazgos de la FEG que desde 1989 sueñan con recuperar lo que el grupo de Padilla les arrebató: Mayo Ramírez, Ramón Munguía Huato, Santos Urbina… nombres que sonaban en los pasillos cuando la universidad era campo de batalla de pistoleros y que ahora podrían sentirse alentados por un funcionario federal bien posicionado, con quien se han reunido en sus ultimas visitas a Guadalajara, atestiguando la reunión el ingeniero Álvaro Ramírez Ladewig.
Los encapuchados: anarquistas, globalifóbicos, feministas radicales y militantes de la UJRM, organización marxista-leninista financiada, dicen, por el Partido del Trabajo. Profesionales de la protesta que repiten el mismo libreto en Puebla, en el Estado de México y ahora en Guadalajara.
La respuesta parece obvia: no hablamos sólo de jóvenes indignados, sino de un operativo planificado.
Las convocatorias para las asambleas estudiantiles por eso, han resultado un fracaso. Eventos semivacíos, discursos repetidos y un común denominador: la indiferencia estudiantil. ¿Por qué? Porque nadie sigue a dirigentes que aparecen de repente, sin trayectoria académica, sin reconocimiento entre la comunidad, y con un tono que más parece consignas partidistas que reclamos estudiantiles.
Los universitarios saben distinguir entre sus propias necesidades —baños en buen estado, transporte, comedores, seguridad en los campus— y la agenda política de quienes pretenden cancelar elecciones internas o reformar la Ley Orgánica de la institución desde el Congreso local. Las primeras son demandas atendibles; las segundas, banderas ajenas que buscan manipularlos.
Ya lo advirtió la rectora Karla Planter Pérez: “No vamos a permitir que actores externos manipulen, tergiversen o se aprovechen de las causas legítimas de nuestros estudiantes para fines políticos ajenos a la Universidad”. Y los estudiantes parecen coincidir. Los mismos que en algún momento acudieron a escuchar a los disidentes, hoy los ven con sospecha.
El resultado es que la protesta no prende. No porque falten reclamos legítimos, sino porque los jóvenes perciben que alguien más está moviendo los hilos. Y cuando la manipulación es evidente, la credibilidad se evapora.
Cada nuevo intento de organizar paros o tomas deja en claro que los grupos radicales están aislados. Ni las facultades enteras se pliegan, ni los consejos estudiantiles reconocen a quienes encabezan las movilizaciones. La sospecha de que hay intereses políticos detrás —partidistas, económicos o de viejas pugnas universitarias— ha provocado que la mayoría de los alumnos dé la espalda.

Así, mientras algunos se empeñan en levantar trincheras artificiales, los estudiantes reales siguen en lo suyo: estudiar, exigir mejoras concretas y rechazar a quienes pretenden usarlos como carne de cañón.
¿Quién gana con agitar las aguas universitarias? Esa pregunta sigue sin respuesta clara. Pero lo que sí es evidente es que, esta vez, los propios estudiantes de la UdeG no se han dejado arrastrar. Al contrario: han descubierto la mano externa que intenta mecer la cuna y han decidido no prestarse al juego.
La protesta, sin eco entre la comunidad, revela lo que ya muchos sospechaban: cuando el poder político busca disfrazarse de movimiento estudiantil, el disfraz dura poco.
En X @DEPACHECOS