En estas épocas donde la política parece más un juego de trileros que una gestión de Estado, nos encontramos ante un nuevo acto de prestidigitación por parte de quienes hoy ostentan el poder. La reciente reforma aprobada por la Cámara de Diputados, con el respaldo de los leales diputados morenistas y sus satélites, es un claro ejemplo de cómo, bajo la máscara del bienestar y con la promesa de un sistema de salud al estilo danés, se perpetra un asalto a los recursos de los estados.
La retórica del gobierno actual, que tanto prometió transformar, parece haberse perdido en el laberinto de sus propias contradicciones. La centralización de más de 130 mil millones de pesos en manos del IMSS-Bienestar no es más que un eufemismo para lo que en el fondo parece ser una estrategia para nutrir las arcas del partido en el poder, especialmente en vísperas de las elecciones. La ironía es cruel: aquellos que gritaban contra la corrupción, hoy parecen ser sus más ávidos practicantes.
Los opositores no se quedaron callados, aunque sus voces se perdieron en el eco de una mayoría avasallante. Denuncian, y con razón, un asalto al patrimonio de las entidades federativas y un abandono flagrante de los estados, lo que traducido al lenguaje común significa un golpe directo a la ya de por sí frágil salud de los mexicanos.
Es pertinente recordar que el sistema de salud en México, ya lastimado y cojeante, ha sido uno de los campos de batalla más sangrientos de esta administración. La desaparición del Seguro Popular, la creación del Insabi y ahora este nuevo giro hacia una centralización que huele más a control político que a eficiencia administrativa, son capítulos de una novela de terror en salud pública.
Mientras tanto, en el horizonte no se vislumbra ese prometido sistema de salud comparable al danés. Más bien, nos encontramos con promesas vacías, hospitales que son meras sombras de lo que deberían ser y un discurso oficial que ya cansa con su repetición monótona y sin sustancia.
Los mexicanos merecen más que promesas vacías y estrategias políticas disfrazadas de reformas de salud. Merecen un sistema que realmente proteja su bienestar, no uno que sea utilizado como herramienta de control político y financiamiento partidario. La salud de una nación no debería ser moneda de cambio en el juego político. Es hora de que aquellos en el poder recuerden que están ahí para servir al pueblo, no para servirse de él.